Salvo quizás, por esa casi imperceptible gota de sangre seca, en nada más se distinguían. Palpó, incrédulo, de nuevo la textura. Arañó la tinta sin demasiado éxito, volvió a mirar al trasluz a través del papel, incluso volvió a sumergir ambos ejemplares en el líquido transparente, pero seguía sin encontrar nada nuevo. Al fin los sacó y los volvió a tender en la cuerdecita que atravesaba la habitación, y luego se dirigió hacia quien en silencio le observaba
- ¿Y dices que el billete de la izquierda es dinero negro?
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