Señor Presidente del Gobierno, le escribo esta carta (aún a riesgo de que
alguien me diga que voy a hacer algo que hace tiempo dije que no haría, como
una carta abierta) con prácticamente la seguridad de que no la va a leer, salvo
que por algún azar del destino llegue a la pantalla de su ordenador.
Antes que nada debo decirle que no me siento engañado. No voté por usted,
entre otras razones porque no me creí su labor de oposición, su discurso
principal era “yo haré lo contrario de usted, señor Zapatero” y su tarea
principal esperar sentado a que la Moncloa fuera usted, como la montaña a
Mahoma. No, señor Rajoy, no me ha defraudado. No me creí ese programa tan
maravilloso que presentó para las elecciones de la misma manera que tampoco
creo que los conejos nazcan en las chisteras. No, mi principal motivo para
escribir estas líneas no es echarle en cara las ilusiones que me rompió cuando,
casi sin previo aviso, empezó a incumplir una por una sus promesas electorales.
Mi motivo es desmentir a sus ojos que yo estoy con usted. Bien es cierto
que el pasado día veinticinco no estuve cerca del Congreso, concentrado con las
muchas otras personas que sí acudieron, pero fue simple y llanamente porque no
pude acudir. Trabajo en Cataluña, esa bonita tierra que, viendo cómo van a ir
las cosas en España, ha decidido largarse con la tan catalana expresión “campi
qui pugi”, aunque eso es otra historia. Si, trabajo y no gracias a usted; más
bien a pesar de usted. Trabajo porque un buen día decidí poner todo mi empeño,
esfuerzo y inteligencia en sacar unas oposiciones para profesor, esa profesión
que se encargan de vilipendiar con hechos día si, día también porque, por lo
visto, sólo estamos bien vistos en centros religiosos. Y si son de sexos
separados, mejor. Por cierto, que este año no cobraré la paga extra de navidad,
y me han reducido un 20% mi salario a cambio de “renunciar” a la tutoría y las guardias,
pero antes de que piense que en realidad mi motivo tiene que ver con e
bolsillo, le diré que son mis compañeros de trabajo, quienes ya tienen
sobrecarga suficiente, tienen que hacer el trabajo por mí. Pero en fin, que me
voy por las ramas.
No pude acudir porque Madrid sigue estando lejos y yo tengo clases por las
tardes, pero hubiera ido. Quizá no a primera fila, visto cómo se las gastan los
policías españoles, pero hubiera estado. Principalmente porque cada vez tengo
más dudas, no sé si son demasiado sinvergüenzas o demasiado ignorantes. En cualquier
caso no les daría a gobernar ni mi despensa (no sea cosa que los cereales
acaben subcontratados, y el queso saqueado a través de sociedades y bancos
suizos). Desde que ganó las elecciones la palabra que más he oído es “sacrificios”.
Eso, y que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Hemos sacrificado
nuestros trabajos, nuestra cartera, hemos sacrificado tiempo para dedicar a
nuestros mayores, porque ustedes no pueden darles la calidad de vida que
merecen. Nos han subido los precios, los impuestos, y encima cuando les vienen
a llorar los bancos porque tanto chanchullo inmobiliario les ha estallado en
las manos, les abren la cartera como un padre bondadoso y les preguntáis
¿cuánto va a ser esta vez, pillín más que pillín?”; pero sacrificios suyos, la
paga de navidad y a regañadientes. No ha perdonado ni un menú de 1.000€ para
acudir a un mitin. Y lo peor es que no aprenden. El pasado día 25 “sus señorías”
se escaquearon del trabajo como todos los días, y no les cayó la cara de
vergüenza a nadie. En el fondo, les dio igual; bueno, perdón… usted no estaba, al
parecer estas cosas siempre le pillan lejos, usted mientras estaba fumándose un
habano (probablemente) en New York. Si la gente está en la calle no es porque
sea especialmente amiga de la violencia. La gente está en la calle porque está
hasta las narices de que les repitan como un tantra que hay que ser comedidos
en el gasto y que la sanidad y la educación son un lujo, mientras a ojos de la
opinión pública se pegan la gran vida, y a veces con recochineo, como cuando alguno
de sus señorías insinúa que no llega a fin de més, con un bolso de Vuitton en
la mano.
Por tanto tengo que desmarcarme de la felicitación que realizó usted el
otro día a todos aquellos que se quedaron en casa, porque ni yo, ni supongo que
muchos otros que se quedaron, porque no pudieron o por miedo a las porras, le
apoyamos en sus labores.
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