Llevaba
al menos un par de horas arrastrando el destartalado carro de compra, estaba
tan acostumbrada a madrugar que ya instintivamente se despertaba a las siete y
media. La gente hacía rato que estaba en sus lugares de trabajo o los colegios
y la avenida estaba bastante solitaria, apenas un par de jóvenes que se
desplazaban en bicicleta y los barrenderos, cumpliendo con su trabajo. Decidió
que era un buen lugar para detenerse, limpió con un pañuelo viejo las maderas
del banco y se sentó. Vio un joven subía calle arriba, tranquilo,
despreocupado, o al menos no parecía tener ninguna prisa, caminando a pasos
lentos y fumando un cigarrillo. Ella también sacó un cigarrillo de un arrugado
paquete, justo cuando el joven pasaba por su lado.
-
Perdone, joven, ¿me da usted
fuego?
-
¡Cómo no, señora! – el joven buscó
su mechero entre los bolsillos de la chaqueta
-
Es que nunca sé que hago con
ellos, un día meto la mano en el bolsillo y ya no está… - encendió el
cigarrillo y le devolvió el mechero
-
Suele pasar, señora. Yo mismo a
veces me dejo el mechero en la cocina, después de cocinar… - el chico hizo
además de marcharse
-
Muchas gracias, joven.
Le
vio alejarse avenida arriba, apurando las últimas caladas del cigarrillo antes
de doblar una calle. Miró, algo apenada, cómo se marchaba. Tosió un par de
veces y apagó el suyo. “Otra vez será…” y volvió a empujar el carrito avenida
abajo.
1 comentari:
me ha gustado :)
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