dijous, de setembre 27, 2012

CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE MARIANO RAJOY (Y AL RESTO DE PARLAMENTARIOS, YA PUESTOS)


Señor Presidente del Gobierno, le escribo esta carta (aún a riesgo de que alguien me diga que voy a hacer algo que hace tiempo dije que no haría, como una carta abierta) con prácticamente la seguridad de que no la va a leer, salvo que por algún azar del destino llegue a la pantalla de su ordenador.

Antes que nada debo decirle que no me siento engañado. No voté por usted, entre otras razones porque no me creí su labor de oposición, su discurso principal era “yo haré lo contrario de usted, señor Zapatero” y su tarea principal esperar sentado a que la Moncloa fuera usted, como la montaña a Mahoma. No, señor Rajoy, no me ha defraudado. No me creí ese programa tan maravilloso que presentó para las elecciones de la misma manera que tampoco creo que los conejos nazcan en las chisteras. No, mi principal motivo para escribir estas líneas no es echarle en cara las ilusiones que me rompió cuando, casi sin previo aviso, empezó a incumplir una por una sus promesas electorales.
Mi motivo es desmentir a sus ojos que yo estoy con usted. Bien es cierto que el pasado día veinticinco no estuve cerca del Congreso, concentrado con las muchas otras personas que sí acudieron, pero fue simple y llanamente porque no pude acudir. Trabajo en Cataluña, esa bonita tierra que, viendo cómo van a ir las cosas en España, ha decidido largarse con la tan catalana expresión “campi qui pugi”, aunque eso es otra historia. Si, trabajo y no gracias a usted; más bien a pesar de usted. Trabajo porque un buen día decidí poner todo mi empeño, esfuerzo y inteligencia en sacar unas oposiciones para profesor, esa profesión que se encargan de vilipendiar con hechos día si, día también porque, por lo visto, sólo estamos bien vistos en centros religiosos. Y si son de sexos separados, mejor. Por cierto, que este año no cobraré la paga extra de navidad, y me han reducido un 20% mi salario a cambio de “renunciar” a la tutoría y las guardias, pero antes de que piense que en realidad mi motivo tiene que ver con e bolsillo, le diré que son mis compañeros de trabajo, quienes ya tienen sobrecarga suficiente, tienen que hacer el trabajo por mí. Pero en fin, que me voy por las ramas.
No pude acudir porque Madrid sigue estando lejos y yo tengo clases por las tardes, pero hubiera ido. Quizá no a primera fila, visto cómo se las gastan los policías españoles, pero hubiera estado. Principalmente porque cada vez tengo más dudas, no sé si son demasiado sinvergüenzas o demasiado ignorantes. En cualquier caso no les daría a gobernar ni mi despensa (no sea cosa que los cereales acaben subcontratados, y el queso saqueado a través de sociedades y bancos suizos). Desde que ganó las elecciones la palabra que más he oído es “sacrificios”. Eso, y que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Hemos sacrificado nuestros trabajos, nuestra cartera, hemos sacrificado tiempo para dedicar a nuestros mayores, porque ustedes no pueden darles la calidad de vida que merecen. Nos han subido los precios, los impuestos, y encima cuando les vienen a llorar los bancos porque tanto chanchullo inmobiliario les ha estallado en las manos, les abren la cartera como un padre bondadoso y les preguntáis ¿cuánto va a ser esta vez, pillín más que pillín?”; pero sacrificios suyos, la paga de navidad y a regañadientes. No ha perdonado ni un menú de 1.000€ para acudir a un mitin. Y lo peor es que no aprenden. El pasado día 25 “sus señorías” se escaquearon del trabajo como todos los días, y no les cayó la cara de vergüenza a nadie. En el fondo, les dio igual; bueno, perdón… usted no estaba, al parecer estas cosas siempre le pillan lejos, usted mientras estaba fumándose un habano (probablemente) en New York. Si la gente está en la calle no es porque sea especialmente amiga de la violencia. La gente está en la calle porque está hasta las narices de que les repitan como un tantra que hay que ser comedidos en el gasto y que la sanidad y la educación son un lujo, mientras a ojos de la opinión pública se pegan la gran vida, y a veces con recochineo, como cuando alguno de sus señorías insinúa que no llega a fin de més, con un bolso de Vuitton en la mano.
Por tanto tengo que desmarcarme de la felicitación que realizó usted el otro día a todos aquellos que se quedaron en casa, porque ni yo, ni supongo que muchos otros que se quedaron, porque no pudieron o por miedo a las porras, le apoyamos en sus labores.