dimecres, de novembre 21, 2012

SOLEDAD


Llevaba al menos un par de horas arrastrando el destartalado carro de compra, estaba tan acostumbrada a madrugar que ya instintivamente se despertaba a las siete y media. La gente hacía rato que estaba en sus lugares de trabajo o los colegios y la avenida estaba bastante solitaria, apenas un par de jóvenes que se desplazaban en bicicleta y los barrenderos, cumpliendo con su trabajo. Decidió que era un buen lugar para detenerse, limpió con un pañuelo viejo las maderas del banco y se sentó. Vio un joven subía calle arriba, tranquilo, despreocupado, o al menos no parecía tener ninguna prisa, caminando a pasos lentos y fumando un cigarrillo. Ella también sacó un cigarrillo de un arrugado paquete, justo cuando el joven pasaba por su lado.

-          Perdone, joven, ¿me da usted fuego?
-          ¡Cómo no, señora! – el joven buscó su mechero entre los bolsillos de la chaqueta
-          Es que nunca sé que hago con ellos, un día meto la mano en el bolsillo y ya no está… - encendió el cigarrillo y le devolvió el mechero
-          Suele pasar, señora. Yo mismo a veces me dejo el mechero en la cocina, después de cocinar… - el chico hizo además de marcharse
-          Muchas gracias, joven.

Le vio alejarse avenida arriba, apurando las últimas caladas del cigarrillo antes de doblar una calle. Miró, algo apenada, cómo se marchaba. Tosió un par de veces y apagó el suyo. “Otra vez será…” y volvió a empujar el carrito avenida abajo.